Por Mariló V. Oyonarte en colaboración con Alhama Comunicación
La ‘Ruta de los Arrieros’, más conocida como el ‘Camino Real de Granada’, fue durante siglos una de las principales vías de comunicación entre las provincias de Málaga y Granada. Tras un tiempo de olvido que se alargó durante décadas, hoy vuelve a ser transitada de nuevo gracias al auge del senderismo.
Típico sendero almijareño entre pinares
El puerto de Frigiliana
Vista parcial desde el Puerto de Frigiliana
Venta de Panaderos hace unos años, ya en ruinas
Venta de Panaderos en la actualidad
Antonio el arriero tuvo que aguantar tanto los asaltos de los guerrilleros como las amenazas de la guardia civil. Tan fue así que incluso pasó nueve meses en la cárcel porque en una ocasión se vio obligado a entregar dos sacos de harina a unos maquis y el hecho llegó a oídos de las autoridades, que pensaron que los ayudaba voluntariamente. El pobre Antonio fue acusado, interrogado y torturado en un cuartel de Vélez Málaga -la guerra es así-; algunas de las lesiones que le causaron esos días le duraron el resto de su vida. Cuando salió de la cárcel intentó recuperar su vida anterior, pero ya nada era igual. Los enfrentamientos entre perseguidores y perseguidos se habían recrudecido y el oficio de arriero era francamente peligroso. Pero lo peor fue que, ya fichado por las fuerzas del orden, Antonio se había convertido en un sospechoso permanente, por lo que un sargento de la guardia civil que lo conocía bien y sabía que sabía que Antonio era inocente, le previno un día:
«Mira- le dijo -mañana a las siete tengo que ir a tu casa a detenerte, y te digo que mientras que vayas conmigo vas seguro, pero cuando lleguemos al cuartel te tengo que entregar y ya no respondo. De manera que tira para donde puedas, o sea, que para cuando yo te vaya a detener ya no estés en tu casa». (Estas frases son textuales, referidas por el mismo Antonio muchos años después, en una entrevista).
Antonio huyó con lo puesto dejando atrás su familia, su oficio, su novia y su vida. Primero recaló en Barcelona y luego marchó a Madrid, donde finalmente encontró un trabajo y pudo establecerse. Cuando la guerrilla terminó por fin, pudo viajar a Cómpeta, donde lo esperaba su novia Ana María. Se casaron y se fueron a vivir a Madrid, hasta que con los años pudieron permitirse comprar una casita en Cómpeta y establecerse allí definitivamente, viviendo más o menos felices, pero sobre todo tranquilos, hasta el final de sus días.
Las manos de Ana María. Foto de Carlos Luengo Navas
Esta historia de penillas y alegrías nos la contó Ana María, la mujer de Antonio el arriero, que hoy es su viuda. Mientras hablaba, sostenía entre las manos unas fotografías antiguas en las que nos iba señalando -con una nostalgia inacabable, infinita- a su marido y su único hijo, que desgraciadamente también murió hace unos años. En una de sus fotos -que por cierto ya habíamos visto en varios sitios de internet- se ven los dos juntos, padre e hijo, contentos y disfrutando con otros familiares de una cacería en los alrededores de la Venta de Panaderos.
Ana María está a punto de cumplir ya noventa años. Lleva una vida retirada y tranquila en su casita de Cómpeta; tiene cerca a la familia de su nieta y está rodeada de vecinas que la quieren. Durante nuestra charla, nos pidió que no hiciésemos fotos de su cara, pues dice que ya está fea y arrugada. Pero no es así, ella no está fea: era -y aún es- rubia y pecosa, y sus ojitos azules todavía se iluminan cuando recuerda a su marido y a su hijo, que la miran desde esa foto eternamente sonrientes, eternamente jóvenes.
Un día de caza. Antonio el arriero (de pie sujetando la cola de la montés) y su hijo (en cuclillas a la derecha, con sombrero) sonríen
Me gustó algo que ella dijo: «Mira, yo enviudé ya vieja, pero que aunque hubiera enviudado más nueva y con edad para casarme otra vez y tener más hijos, nunca habría sido capaz de poner otro hombre en el lugar de mi Antonio. Él fue muy bueno para mí». Su cara y sus palabras me recordaron en ese momento una conmovedora escena de la película «Un asunto de amor», en la que una anciana y magistral Katharine Hepburn hacía decir a su personaje: «Aunque mi marido haya muerto hace años, yo siento que todavía estoy casada».
Y es verdad… oyendo a Ana María, yo también creo que ella no está viuda, sino que sigue casada -y así seguirá hasta que termine sus días- con Antonio Sánchez Recio, el arriero bueno.
Fotos de Manuel Rodríguez Martos.