Por Mariló V. Oyonarte en colaboración con Alhama Comuniación.
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La Venta de Panaderos en la actualidad
Retomamos aquí esta historia, justo en el punto en el que la dejamos. Ana Herrero Herrero, esposa de Francisco Rodríguez Ramírez, propietarios ambos de la acreditada Venta de Panaderos, tomaba el camino de Málaga pocas horas después de tener noticia de que su marido había sido detenido por la guardia civil. ¿Su delito? Prestar apoyo logístico a la gente de la sierra, aquellos esquivos guerrilleros que luchaban desde sus escondites en las montañas -con mucho empeño y pocos medios- contra la autoridad del momento: el régimen del general Franco. Ana viajaba con la intención de ver a su marido, o al menos de intentarlo. Quería comprobar por sí misma que se encontraba bien, como le habían informado, e interceder ante sus captores, si no para que lo dejasen libre -hecho que sabía impensable-, al menos para que su castigo no fuese muy severo. Los seis hijos del matrimonio, con edades comprendidas entre los veintiuno y los doce años, se quedaron solos en la casa familiar, la Venta de Panaderos, a la espera de que sus padres escapasen con bien de tan amargas circunstancias.
Llegar a Málaga y reunirse con un anciano e influyente sacerdote amigo de la familia, fue todo uno. Ana le suplicó, puesto que estaba muy bien relacionado, que mediase entre ella y la guardia civil. Consciente de la delicada situación de sus conocidos, el cura visitó al Comandante Juez don Benigno Ruiz, ante quien intercedió en favor del detenido. Pero no hubo nada que hacer: el empeño de la Benemérita en aniquilar la pequeña pero enérgica rebelión antifranquista era férreo; los mandos ordenaban el encarcelamiento incondicional e inmediato de todo aquel que prestase a los de la sierra el más mínimo apoyo. Francisco Rodríguez Ramírez acababa de ser condenado a dos años de encarcelamiento, a cumplir en la prisión de Málaga. Ana, pues, ya no tenía nada que hacer en la ciudad, así que tras cuatro días de infructuosas gestiones regresó, abatida pero no vencida, a Frigiliana.
Prisión Provincial de Málaga, donde cumplía condena Francisco Rodríguez Ramírez
Calle de Frigiliana
Algunos vecinos de Frigiliana, testigos de lo sucedido, dieron cuenta a Ana de lo que se había hecho con su casa; ésta y su hija Dolores tuvieron arrestos suficientes para volver al pueblo tras solicitar un permiso -que esta vez sí les fue concedido, tal vez por la gravedad de la situación- para ir a verla, quizá por última vez. Cuando ambas mujeres contemplaron la fachada calcinada de la venta, que era todo lo que poseían, se abrazaron estrechamente, sin decir palabra.
La Venta de Panaderos
«Excelentísimo señor,
Ana Herrero Herrero, mayor de edad, casada, natural y vecina de Frigiliana, con domicilio accidental en Málaga, calle Trinidad número 85, a V.E. respetuosamente expone:
Que tiene a su marido Francisco Rodríguez Ramírez preso en la prisión de Málaga, condenado a dos años de prisión por haber sido forzado por bandoleros a llevarles unos encargos con amenazas, y al ser detenido nos fue ordenado por la guardia civil de Frigiliana que en un plazo de dos días abandonáramos la venta donde vivíamos, lo que hube de efectuar con mis seis hijos, dos de ellos varones menores de doce años con los cuales me trasladé al pueblo, y no pudiendo continuar en el mismo por falta de recursos y de casa me trasladé a Málaga, donde resido sin otros medios para subsistir que lo que ganan mis dos hijas mayores como domésticas, únicos recursos para mantenernos el resto de la familia, por haber tenido que abandonar el único medio de vida con que contábamos en la venta donde vivíamos. Al no poder recoger la cosecha de aceitunas y judías así como los productos de la huerta por no habernos permitido el puesto de la guardia civil de Frigiliana que fuésemos a recoger la cosecha, habiéndose perdido toda ella, ocasionándonos un perjuicio de unas quince mil pesetas, que nos ha dejado en la mayor miseria y con cuyos productos o el importe de su venta hubiéramos podido atender a nuestras necesidades, hasta que el cabeza de familia hubiera cumplido su condena. No paran aquí nuestros sufrimientos, pues tuvimos noticias de que nuestra casa había sido quemada, y conseguida autorización del señor Teniente Coronel de la guardia civil de Málaga pude ir a la venta, comprobando que había sido quemado el pajar lleno de paja, hundiéndose en una habitación de más de diez metros, la principal de la casa; en la cuadra fueron quemados varios objetos que prendieron las vigas, que tienen señales del fuego. También fueron quemadas una tabla de trilla y efectos y enseres, entre ellos una criba, así como puertas y ventanas que fueron arrancadas y un olivo fue cortado para hacer carbón , con lo que a las pérdidas de la cosecha con ésta se ha llegado a nuestra total ruina, y como esto ocurrió encontrándose alojados en la vivienda la guardia civil , que fue quien mandó cortar el olivo y llevando carboneros hacer carbón con él, es por lo que,
Suplico a V. E. que en nombre de la justicia se subsanen las causas de las pérdidas que hemos padecido, ello es justo, y se nos indemnice por quien corresponda, ya que si mi esposo cometió algún delito al que fue forzado, sufre la condena que la Ley le puso, y no es justo que sus hijos y su esposa sufran mayor miseria por todo lo que anteriormente se expone, y habiendo sufrido tanto al ser perseguidos por los rojos, pudiendo informar de nuestra condena las autoridades y el pueblo de Frigiliana. Es justicia que una madre pida a V. E., cuya vida guarde Dios muchos años.
(Firmado: Ana Herrero Herrero)
Documentación original de la denuncia (escrito presentado por Ana, y el archivo oficial de la misma). Fotos de Mariló V. Oyonarte
Aunque había quedado semidestruida, la Venta de Panaderos fue efectivamente utilizada por las fuerzas de la guardia civil como base para vigilar aquel escabroso rincón de la sierra donde se refugiaban los maquis. Uno de los enfrentamientos más importantes entre los guerrilleros y sus perseguidores se daría precisamente allí, en los alrededores de la casa de Ana y su familia. Con sus fuerzas cada vez más mermadas y dispersas, la gente de la sierra había resuelto reunirse en los campamentos que tenían ocultos a lo largo del intrincado Barranco Bartolo, en la ladera sur del Cerro Lucero. Para organizar esa reunión se mandaron avisos a los distintos grupos guerrilleros a través de numerosos enlaces; la guardia civil, que acechaba en todo momento y tenía confidentes por doquier, sospechó que algo grande se estaba tramando. El día elegido para llevar a cabo esa reunión fue el seis de diciembre de 1948. Unos noventa guerrilleros se dieron cita en los alrededores de la histórica venta con idea de intercambiar información, armamento y también -si la ocasión lo propiciaba- disfrutar de algo parecido a una comida de Navidad, para la que habían reunido doce cabras que pensaban sacrificar y comerse entre todos.
Mientras preparaban su asamblea, los guerrilleros notaron ciertos movimientos en la cabecera del río Higuerón -justo por debajo de sus posiciones-, pero no hicieron caso creyendo que eran cabras monteses. Se trataba de varios destacamentos de guardias civiles llegados desde distintos puntos de la comarca que sumaban casi cien hombres, a los que escoltaba una compañía de Regulares -la temible guardia mora- que iba en avanzadilla. Y ya los tenían encima. «¡Rojillos, bajad para abajo!» les gritaban desde abajo los soldados. «¡Subid a por nosotros!» respondían los interpelados. A las ocho y media de la mañana comenzó el tableteo de las metralletas. El combate fue muy duro y duró todo el día, hasta que se puso el sol. Con la oscuridad de la noche los de la sierra, que conocían el terreno como si fuese su casa, huyeron ladera arriba hasta salir por el collado de Puerto Llano, ya en la provincia de Granada -lugar que la guardia civil dejó sin cubrir por un inexplicable error táctico-, desde donde se dispersaron y lograron escapar. El célebre combate sólo dejó un muerto y varios heridos, en ambos bandos. Cuando amaneció el siguiente día, los guardias inspeccionaron la zona y descubrieron varios campamentos guerrilleros con señales de actividad reciente como rastros de sangre, casquillos de bala, camas hechas con esparto y abundantes restos de carne de cabra y otras viandas que iban a ser la comida de Navidad de los huidos, y que no llegó a celebrarse.
La Venta de Panaderos continuó funcionando como destacamento de la guardia civil un tiempo más, hasta que el movimiento guerrillero fue aplastado definitivamente en el año 1952. Con los años regresaron la estabilidad y el sosiego a aquellas sierras, que por fortuna no volverían a vivir una situación como aquella.
Enfrentamiento en el Cerro Lucero. En rojo, las posiciones de los guerrilleros; en amarillo, las de la guardia civil. Foto de Mariló V. Oyonarte
Ruinas de los campamentos guerrilleros en el Barranco Bartolo. Fotos de José Aurelio Romero Navas
Federico «el molinero» y su familia vivieron unos años en la Venta de Panaderos
Roberto Travesí Ydáñez, uno de sus actuales propietarios, en la Venta de Panaderos
Junto al periodista, escritor e investigador británico David Baird, con el libro de éste «La gente de la sierra». Foto de Mariló V. Oyonarte
La venta de Panaderos a finales de los años ochenta del siglo XX. Foto de José Aurelio Romero Navas
Dice el refrán, y en este caso se cumple, que «quien tuvo, retuvo». Sólo hay que acercarse a la Venta de Panaderos y observar con un poco de atención: entreveremos todo lo que aquello fue. La casa conserva todavía, a pesar de su decrepitud, las proporciones equilibradas, la práctica sobriedad, el empaque y la dignidad que le dieron fama en sus mejores tiempos. Detalles que quedan constatados por la solidez de sus muros, reforzados con contrafuertes de piedra y ladrillo macizo, hechos para resistir en pie a lo largo de los siglos…
Muros exteriores y contrafuertes de la Venta de Panaderos
El interior de la venta albergaba una superficie de más de quinientos metros cuadrados
Canalización hecha con tejas de barro
Aljibe o estanque de la Venta de Panaderos
La conducción de agua pasaba por el muro lateral de la casa hasta la cocina
El grifo, hecho con un trozo de tubo de hierro
Cuadras con los pesebres de obra
Horno en el interior de la cocina
Restos de azulejo en la pared de la cocina
Fragmento de azulejo de la Venta Panaderos, conservado por José Aurelio Romero Navas. Foto de Mariló V. Oyonarte
Bancales de cultivo descendiendo en terrazas
Exterior del zulo
Interior del mismo
Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografía y edición de vídeos, Carlos Luengo
Documentación histórica original, José Aurelio Romero Navas
Con la colaboración de David Baird, José Aurelio Romero Navas, Juan Morente Jiménez, Roberto Travesí Ydáñez y Sebastián García Acosta
Bibliografía: «La gente de la sierra» y «Entre dos fuegos» (David Baird); «Recuperando la memoria», «Censo guerrillero» y «La guerrilla en 1945» (José Aurelio Romero Navas); «Causa Perdida» (Juan Morente Jiménez)