¿Pueden cuatro paredes de piedra convertirse en leyenda? En el caso de la Venta de Panaderos la respuesta es afirmativa y rotunda. Una casa que constituyó para quienes la vieron en pie mucho más que un hogar o una posada, y cuyo nombre ha conseguido llegar hasta nosotros con la misma fuerza que poseyó en sus mejores tiempos. Hoy sus ruinas forman parte esencial de la historia de la sierra de la Almijara y, en última instancia, de la historia reciente de las provincias de Málaga y Granada.
Por Mariló V. Oyonarte, en colaboración con Alhama Comunicación
Perspectiva de Sierra Almijara desde las cercanías del Puerto de Frigiliana
Los arrieros. Una raza de hombres duros como el pedernal, de manos recias y facciones esculpidas por el sol y el aire libre; profundos conocedores de sendas y atajos, expertos en el franqueo de barranqueras y diestros en esgrimir la vara si los asaltantes de caminos se cruzaban en su marcha sin fin; amigos de albardoneros y talabarteros, psicólogos autodidactas que leían las intenciones de los venteros, y cronistas sin igual de viejas historias de riadas, ventiscas, canículas y famosos bandidos emboscados. Con frecuencia los arrieros viajaban en grupo, principalmente por seguridad; las caravanas de hombres y bestias formaban largas hileras, ruidosas y coloridas, que ascendían parsimoniosamente por las veredas de toda la vida hasta coronar los puertos de montaña, donde paraban a recobrar el aliento y nivelar la carga entre voces, silbidos y cancioncillas que los esforzados muleros empleaban para arrear y animar a sus bestias y, un poco también, a sí mismos.
Arriero ascendiendo por el Camino Real de Granada, cerca de la Venta Panaderos; al fondo el Cerro del Cisne
Pocos tramos del Camino Real de Granada se conservan todavía en buen estado
Ascendiendo hacia el Puerto de Frigiliana. Foto de Mariló V. Oyonarte
Cara sur del Cerro Lucero. El círculo rojo señala el lugar donde se levantaba la Venta de Panaderos
Reunión de cazadores en la Venta de Panaderos, año 1919. Al fondo, la cresta de Rajas Negras
Pero nadie contaba con que, peor que la guerra, sería la posguerra. La miseria ocasionada por la contienda y la dureza de la posterior guerrilla antifranquista alcanzaron muchas zonas de España -incluida las comarcas de Tejeda Almijara y Alhama-, perturbando la vida de todos los que vivían en aquellas montañas. A partir de 1945 la sierra se llenó de guerrilleros -o bandoleros, según los llamaban sus perseguidores-; se trataba de un numeroso grupo de hombres de distintas procedencias, antiguos luchadores del bando perdedor, pero también locales descontentos con su situación e incluso algunos delincuentes de poca monta que, bajo el mando de un antiguo combatiente republicano, José Muñoz Lozano, pensaron que podrían liberar España de las manos de los franquistas.
Organizados como un ejército en miniatura desde fuera de nuestras fronteras por el Partido Comunista en el exilio, la «gente de la sierra» se ocultaba en las zonas más intrincadas de las montañas y organizaban ágiles escaramuzas con las que conseguían alterar a las fuerzas de la guardia civil que, prácticamente con carta blanca por parte de las autoridades franquistas, estaban dispuestos a combatir a aquellos molestos maquis en cualquier momento y en cualquier lugar. El panorama cambió radicalmente en toda la comarca. Se cerraron a cal y canto los antiguos caminos y se hizo indispensable la obtención de cédulas de paso -que había que renovar cada quince días en los cuarteles de la guardia civil- para poder circular por ellos. No quedó un rincón en las montañas que no se encontrase sometido a una estrecha vigilancia, tanto por parte de un bando como por parte del otro. Los arrieros sufrieron especialmente esta situación, pues su oficio los ponía en riesgo continuamente: o se veían obligados a vender su mercancía a los guerrilleros que les salían al paso, o se arriesgaban a perder sus bestias y la carga si se topaban con la Benemérita, que decomisaba toda la mercancía que atravesaba la sierra para evitar que llegasen provisiones y suministros a manos de los rebeldes.
Las parejas de guardias civiles patrullando los senderos eran una imagen cotidiana
Guerrilleros de la Agrupación Málaga-Granada
El jefe de la Agrupación Guerrillera Granada-Málaga, José Muñoz Lozano, alias «Roberto»
José Martín Navas, hombre de confianza de Roberto, apodado «el caballo de Roberto»
Ana habló del asunto con su marido y ambos convinieron en escribir a su hija explicándole la gravedad de la situación y rogándole que no se negase a regresar, pues temían, y con razón, las represalias del temible jefe guerrillero. «Si no te vienes, hija, esta gente nos va a matar a todos» , terminaba Ana su carta. Aunque Dolores no quería abandonar ni a sus amigas ni el ambiente tranquilo del internado, no tuvo más remedio que obedecer el mandato de sus padres, que era, a fin de cuentas, el mandato de Roberto. De ese modo la joven, de poco más de veinte años, regresó a la Venta de Panaderos, donde la esperaba el famoso maqui del que todo el mundo hablaba, que tenía por cierto esposa y una hija en Madrid, aunque eran muy pocos los que conocían la existencia de su pequeña familia.
La bella Dolores Rodríguez Herrero, la niña de la Venta Panaderos
Los venteros y sus hijos -hasta los pequeños Francisco y José Antonio, de once y ocho años de edad, respectivamente- fueron sometidos a una vigilancia rigurosa. Llegó un momento en que la familia entera temblaba de pies a cabeza cada vez que llamaban a su puerta: si eran los civiles, malo, porque éstos no se lo pensaban dos veces a la hora de dar palizas; pero si eran los de la sierra, peor, ya que sus visitas continuadas ponían en grave peligro a todos. La guardia civil tenía ojos y oídos por todas partes, ya que no sólo contaba con el trabajo de sus hombres sino también con el apoyo de simpatizantes y ciertos confidentes que, por tal de redimirse ante los ojos de las autoridades, hubiesen delatado prácticamente a cualquiera. Los dueños de la Venta de Panaderos no tenían salida. Y, tal y como la guardia civil había previsto, cogerlos en falta fue sólo cuestión de tiempo.
Contrapartidas de guardias civiles disfrazados de rebeldes recorrían la sierra de punta a punta
Nerja en los años cuarenta del siglo pasado
Fragmento de la declaración original de Ana Herrero en el año 1948 respecto a la detención de su marido
«DECLARACIÓN DE ANA HERRERO HERRERO, de cuarenta y nueve años de edad, estado casada, natural de Frigiliana, de profesión sus labores, sabe leer y escribir, y sin antecedentes penales (…)
Preguntada para que manifieste con todo detalle los hechos que denuncia en su instancia de fecha veintiuno de agosto último (año 1948) dirigida al Exmo. Sr. Capitán general de la Región, dijo que sobre los primeros días de septiembre del año próximo pasado (1947), residía en unión de su marido e hijos en la Venta «Panaderos», existente a unas cuatro leguas de Frigiliana para la parte de Granada; el marido de la que declara bajó a Nerja con idea de llevar comestibles y en el camino le salió un grupo de huidos de la sierra interesando les comprara seis pilas de linterna, diez espejitos de bolsillo, dos carteras de papel de escribir y unos cuantos pares de calcetines, todo esto con amenazas de que si no lo hacía o daba cuenta, se tomarían ellos la justicia por sus manos, tanto en él como en las de sus familiares; su marido continuó a Nerja, comprando los comestibles para la vuelta donde habitaba, adquiriendo en el establecimiento de Miguel Herrero las cosas que le habían encargado los huidos; ya de regreso para la Venta, en el puente de Nerja le salió al encuentro el guardia civil llamado Salvatierra, vestido de paisano, llevando a efecto la detención de su marido y conduciéndolo a Nerja, teniéndolo en el cuartel dos días; de la detención de su marido se enteró la deponente a los dos días y por la noche, saliendo a la mañana del día tres con dirección a Nerja con el fin de averiguar lo que había pasado; llegada a dicho pueblo se fue a la posada y seguidamente marchó a la casa del señor Cura Párroco por ser éste el cura de Frigiliana (es un error del que transcribe, aquí debe decir Nerja) que antes estuvo en Frigiliana, siguiendo asistiendo en la actualidad a los dos pueblos en su ministerio; este señor que los conoce a todos sus familiares , le manifestó que ya todo lo que había que hacer en Nerja lo había él andado, y que ya en Málaga era donde se tenía que hablar para solventar lo que le había ocurrido al marido (…)»
Ana, por tanto, se veía impelida a viajar a Málaga para intentar ver a su marido primero, y para aclarar la situación, si ello era posible, después. No tenía ni idea de cuántos días estaría fuera; ni siquiera sabía si podría volver: quienes se veían envueltos -voluntaria o involuntariamente- en asuntos entre los guerrilleros y los guardias civiles solían pagarlo muy caro… Mientras tanto Dolores, Rita, Ana, Paquita, Francisco y José Antonio, los seis hijos de Ana y Francisco, no tendrían más remedio que aguardar el regreso de sus padres manteniendo el ánimo en la adversidad, como habían visto hacer a sus progenitores, y cuidando unos de otros, solos allá arriba y a merced de quien pasase por su casa, la Venta de Panaderos.
Aquí concluye, por el momento, este relato. Los acontecimientos que ocurrieron después, incluyendo el destino final de la propia Venta de Panaderos, serán narrados en la segunda parte de esta historia.
Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías de Carlos Luengo
Bibliografía: «Recuperando la memoria» y «Censo Guerrillero», de José Aurelio Romero Navas, «Causa Perdida», de Juan Morente y «La gente de la sierra», de David Baird
Documentación histórica original, archivo de José Aurelio Romero Navas.