Los «manteros solidarios» hacen más de 5.000 mascarillas y batas

Aunque están perseguidos, miembros del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona, demuestran su solidaridad y humanidad.

Una pequeña tienda de ropa del barrio barcelonés del Raval se ha reconvertido en las últimas semanas en una fábrica de batas y mascarillas. La música ameniza el traqueteo de las máquinas de coser, y solamente para cuando Lamine Sarr aparece para atender a la prensa, según destaca LA VANGUARDIA.



«Aunque nos estén persiguiendo, nos estén rompiendo los brazos en las calles, no nos dejen buscarnos la vida y estemos excluidos por la Ley de Extranjería, eso no significa que no seamos nadie ni que no tengamos conocimientos», arranca el miembro del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona.

Los manteros, que ya hace tiempo que copan los informativos veraniegos, también viven el resto de estaciones del año: otoño, invierno y primavera. Aunque a duras penas. Pero eso no ha sido impedimento para que hayan decidido dedicar durante esta emergencia del coronavirus lo que les «sobra» -«tiempo, oficio y experiencia»- a lo que hoy más necesita la sociedad -«solidaridad»-, explica a su turno Aziz Faye.

A fecha de 11 de abril, el Sindicato había entregado ya 3.151 batas y mascarillas -principalmente a hospitales en Granollers, Sant Celoni y Sabadell, en la provincia de Barcelona- y contaba con otros 2.200 elementos de protección pendientes de donar.

Al tiempo, habían distribuido alimentos a más de 340 familias, con la previsión de que puedan acabar ayudando a más de un millar.

«Venimos de una tierra rica de cultura. Así que podemos compartir nuestro conocimiento y nuestro oficio ante estas dificultades que trae el confinamiento», razona Sarr, que apunta que la mayoría de ellos y ellas son senegaleses.

El Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, una cooperativa formada por personas que se dedican o se han dedicado a la venta callejera, comercializa ropa bajo la marca Top Manta en su pequeño local situado en la capital catalana y a través de internet, una actividad ahora paralizada porque la prioridad es vencer al virus.

Las camisetas y sudaderas las confeccionan ellos mismos con una veintena de máquinas industriales que ahora, dadas las excepcionales circunstancias, dedican a fabricar material sanitario.

Una labor que ocupa a una treintena de personas, que trabajan de forma voluntaria y por turnos, sin festivos que valgan.

Explica Faye que, vista la mano de obra y las máquinas ya disponibles, solo quedaba obtener el material necesario para comenzar a confeccionar batas y mascarillas, así que se sirvieron de las redes sociales para pedir colaboración y la respuesta fue «masiva», celebra y agradece Sarr.

La solidaridad de los manteros, sin embargo, colisiona con el trato que reciben en su día a día. Al habla Sarr: «El presidente, Pedro Sánchez, dijo al inicio de la pandemia: ‘Que nadie se quede atrás’. Pero nosotros nos hemos quedado atrás porque no nos consideran como personas».

El estar en situación no regularizada les obliga a seguir dependiendo de la manta en su día a día y a huir de la policía, pues corren el riesgo de que se les requise la mercancía gracias a la que sobreviven o, peor, de ser recluidos en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), previo paso de una eventual expulsión del país.

Y obtener los ansiados «papeles» es una verdadera odisea: la vía más fácil es demostrar que has vivido en España tres años de forma irregular, carecer de antecedentes penales durante el último lustro, contar con un contrato de trabajo de mínimo un año de duración y «tener vínculos familiares con otros extranjeros residentes» o, en su defecto, presentar un informe administrativo de arraigo emitido por la comunidad autónoma. Sarr espera que esta emergencia de la COVID-19 sirva para cambiar las cosas: «Después de esta crisis podremos aprender muchísimo y recuperar el valor humano que deberíamos tener todos».

Confía en que se cierren los CIE y que la sociedad se dé cuenta de que no es justo encerrar «a personas que son inocentes, que no han hecho nada más que saltar una valla o nadar en el mar para llegar a España».Mientras eso no pase, los manteros seguirán repartiendo comida a quien más lo necesite y confeccionando batas y mascarillas




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