“La mejor decisión muchas veces es no tomar ningún decisión”, pocas frases describen mejor al personaje en cuestión, sí, efectivamente,  estamos hablando del actual presidente de gobierno en funciones, ”el muy español y mucho español”, Mariano Rajoy.
Un hombre acostumbrado a vivir en el filo de la navaja, constantemente en el alambre, permanentemente cuestionado, en muchas ocasiones acorralado políticamente, pero con una extraña y sorprendente capacidad para salir siempre airoso. Para ello, no requiere de unas grandes dotes intelectuales, ni tampoco de un don especial para la oratoria, más bien todo lo contrario, estamos ante un tipo gris, ramplón, que se encasquilla cuando habla, pero que  tiene la  habilidad de conseguir que su innumerable lista de defectos le den un toque de candidez humana, despertando un cierto grado de ternura ante el personaje. El presidente siempre sale a flote, estamos ante un auténtico hombre boya, un maestro del escapismo.
 Esa mediocridad que lo envuelve, pasó de ser un hándicap para sus asesores de imagen, a uno de sus puntos fuertes en la actualidad. Quién no recuerda la escena de la colleja que le propinó a su hijo en una entrevista de radio o la hostia que se llevo en su paseo electoral en Pontevedra, a quién no le dio pena aquel tipo tan alto, tan mayor, tan destartalado, con esa barba tan típica de abuelo bonachón de película, con la mejilla roja, por una bofetada que millones de españoles le deseamos cada vez que nos acordamos de las políticas de su gobierno, pero que seguro que ninguno hubiéramos sido capaces de dar, precisamente por ese aura de compasión que le envuelve.
Un hombre que tiene el dudoso honor de haberse convertido en presidente de gobierno al tercer intento, capaz de perder dos elecciones consecutivas y aun así mantenerse al frente de su partido legislatura tras legislatura, sin duda estamos ante un duro fajador, un tipo con una capacidad inigualable para encajar los golpes y que vence a sus rivales por aburrimiento.  Ha creado un personaje de esos que sobreviven en todas las temporadas de una serie, que siempre lo dan por muerto, pero que nunca desvanece. El “marianismo” le consigue dar al presidente una imagen de hombre corriente,  errático, despistado,  es “como Snoopy en su caseta, un personaje de historieta” así lo describía el genial dibujante José María Pérez “Peridis”
 El mejor ejemplo de ello, fue el debate a cuatro organizado por La Sexta, con el resto de fuerzas políticas y al que optó por no acudir, seguro que pensó que a él no se le había perdido nada allí y mandó a la vicepresidenta, mientras él, como posteriormente reconoció, degustaba un exquisito puro en el Coto de Doñana.
No hay nada de malo en ser un hombre corriente, en ser alguien del montón, salvo por el pequeño detalle de que en sus manos está la presidencia de un país y los designios de 45 millones de personas.
Cada vez que ha tenido ante sí una crisis de gobierno, ha optado por no tomar ninguna decisión,  debió pensar que así no se equivocaba, por dejar pasar el tiempo y esperar que el problema se evaporara, es evidente que no estamos ante un político brillante.  Ante el desafío soberanista en Catalunya, optó por mirar hacia otro lado y esperar que el suflé independentista se desinflará con el paso de los meses. Cuando le tocó formar gobierno, tras ganar las elecciones del 20-D, optó por aquello de “ve tú, que a mí me da la risa” y confió en que Pedro Sánchez se diera la hostia. Ante cada caso de corrupción en las filas de su partido, se escudaba en su total desconocimiento y siempre apostillaba que él no había visto nada raro, cuesta creer que el líder de un partido no esté al tanto de los tejemanejes que tenían entre sí sus compañeros, pero si alguien es capaz de ello es precisamente nuestro Mariano Rajoy.  Estamos ante un pintor de brocha gorda, que esconde la corrupción a brochazos, al igual que él lo hace tras un plasma, donde aguanta estoicamente los disparos en modo de pregunta de la prensa.
Estamos ante una carrera de resistencia, dónde los obstáculos no son saltados, si no esquivados, algo que ha acompañado al presidente a lo largo de su vida. Hombre de profundas creencias religiosas, que guarda buen recuerdo de su época de universitario, cuando aún era “Marianín” y salía a tapear después de misa, según alardea en varias entrevistas.
El Presidente del Gobierno, con el paso de los años, fue degenerando en un personaje con ciertos tintes cómicos,  dibujando sin ser consciente una especie de caricatura de sí mismo, tras la que ha escondido los recortes sociales más duro de nuestra reciente historia democrática.
Ese disfraz de hombre afable, ha sido la coartada perfecta para que el neoliberalismo económico y el conservadurismo social extiendan sus tentáculos en nuestra maltrecha sociedad. Una sociedad, en la que nadie espere grandes sorpresas, va a volver a elegirlo como el candidato más votado el próximo 26-J, parece casi una broma de mal gusto de no ser porque nos encontramos en el Reino de Españistán, aquí este tipo de cosas no sorprenden a nadie, nos hemos acostumbrado a la mediocridad, a la corrupción y los hemos convertido en parte de nuestro ADN.  Basta con pensar que el motivo esgrimido por los españoles a la hora de justificar nuestra monarquía, es lo campechano de nuestro Jefe de Estado y si ya pensamos en que uno de los programas más vistos de nuestra televisión es presentado por el “cuñado de España”, un tal Bertín Osborne, todo parece encajar.
Mención aparte merece este último, un tipo que bajo la capa  de señorito andaluz, entretiene a la plebe con sus chistes de otra época. La España casposa tocó el cielo el día que ambos se vieron las caras, el gallego y el jerezano hicieron las delicias de la España profunda, dicho encuentro fue a la caspa lo que Messi y Ronaldo al fútbol, Muchos pensarán que lo mejor contra la caspa sería cambiar de champú, pero una mayoría, muy reacia al cambio, prefiere lo malo conocido y sigue empeñada en comprar ese botecito azul, constatando el  grado de enfermedad de nuestro Reino.



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