Rafael Lapeira : “Recuerdo cuando, en víspera de Todos los Santos, las familias se reunían para degustar los frutos secos del otoño con una copa de anís”

El primer castañero de Vélez continúa a sus 80 años manteniendo la llama de la tradición.

Por Vanesa Fernández Rojas



Si cualquier tarde pasan por el camino de Málaga y ven el puesto de castañas (ahora reubicado en la esquina de la repostería) no me extrañaría que reconocieran a la persona encargada del mismo.

Rafael Lapeira comenzó vendiendo castañas en Vélez junto a su padre, cuando aún era un niño; fueron los primeros castañeros en la localidad y aún hoy, a sus 80 años, sigue manteniendo la llama de la tradición.
Raro sería que alguna vez, de pequeño junto a sus padres, o quizá ahora comprándole para sus nietos, usted no se haya acercado a su puesto. Comenzó en la plaza de las Carmelitas; plazuela de la India, el Faro, el Hospital, el Mercado, plaza del Trabajo y cerca del Chavico, son otros de los puntos que le van entre viniendo a la memoria durante nuestra conversación.

Nuevamente para los veleños la Feria de San Miguel marca un hito en nuestras rutinas. Despedimos el verano y damos la bienvenida al otoño con una “nieblina” característica de esos días, el humo de los puestos de castañas. Pocos días dura la temporada; pasado el puente de Todos los Santos y mucho antes de que comiencen las fiestas de Pascua, esta estampa singular del otoño desaparece hasta el próximo año. Yo misma he pensado que por qué cuando hace más frío, cuando las calles ya están adornadas para la Navidad y nos gusta salir a pasear y ver escaparates, ya no hay puestos de castañas. Y no hay una fecha en el calendario, ni siquiera la llegada de las heladas o los fríos hacen que plieguen las lonas hasta la nueva temporada, sino la propia castaña, la calidad del fruto.

Rafael, junto a su esposa, Amparo Moreno, tiene muy claro que no quieren engañar a sus clientes. Cuando la castaña no es buena, de calidad, recoge los bártulos y hasta el año que viene.

Las castañas que tiene ahora en su puesto le llegan de Galicia. Primero le vienen las de la Serranía de Ronda y por último las de Salamanca. A él no le gusta trabajar con el producto proveniente de Turquía, por eso puede que este año tenga que recoger incluso antes de que llegue el frío.

  • Una castaña bien asada, que se pueda pelar con facilidad, no tiene ningún misterio

Para él, después de tantos años, una castaña bien asada, que se pueda pelar con facilidad, no tiene ningún misterio. Una olla con agujeros, un anafre, carbón y sal. Bueno, y la castaña que sea de calidad. Siempre se nos ha dicho que se le echa sal al fuego para que las castañas salgan blancas. Algo de razón llevan. Rafael nos cuenta que se le echa para que baje la intensidad de la llama al rehidratarse con la sal. Así se mantiene la lumbre, para que suba el vapor y se puedan cocer las castañas sin llegar a tostarse (por eso no se ahúman ni se ennegrece –como diríamos, no se ponen “renegrías”).

Y cuestión de paciencia, para que se hagan a fuego lento, buena mano (para sacudir la olla de vez en cuando para que no se peguen ni se quemen y se hagan bien por todos lados), para finalmente guardarlas en un cajón de madera agujereado, para que mantengan el calor, pero no haya humedad, a la espera (muchas veces no llega ni haberla) de que su mujer o su nieta las despache en un papelón, en un cartucho, pesándolas en las romanas, como siempre se ha hecho. Artesanía y tradición.
Tradición que en estos días choca con otras costumbres importadas por ser una fiesta llamativa para los pequeños y jóvenes. Halloween.

  • En víspera de Todos los Santos

Antes, en víspera de Todos los Santos, las familias se reunían entorno a la mesa para degustar los frutos secos del otoño, con una copa de anís y algún mantecado o dulce típico de nuestra tierra en estas fechas.

Entonces llevaba a la vez 5 o 6 anafres que no daban abasto a las colas que se creaban a la espera del cartucho calentito para llevárselo a sus casas. Cajas y sacos de castañas se asaban, incluso se vendían crudas, porque muchas mujeres tenían en casa una olla preparada para poder asarlas en las chimeneas.

Ahora Rafael dice con tristeza que la tradición de esa noche, para no engañarnos, que se ha perdido.

También se vendían nueces y bellotas (que incluso en algunas ocasiones también asaban). Las castañas crudas poco se venden ya, más bien nada. Podría decirse que está como un souvenir, algo llamativo que algunos piden después de comprar las castañas asadas, quizá para que los más pequeños vean este fruto antes de pasar por las manos de Rafael (aunque muchos no lo reconocerían en el árbol, escondido dentro de su erizo).
Lo que sí se mantiene es la venta de batata asada. Quizá el dulce boniato sea lo que, junto a las castañas, se esté manteniendo como tradición en estos días.

  • La ternura de un abuelo

Con la ternura de un abuelo, como si del nuestro propio se tratara, siempre nos atiende con una sonrisa y le pregunta a toda su clientela por su familia. El otro día, sin ir más lejos, le decía a un niño de 10 años “yo te he criado”. No es que le hubiera criado él, le explicaba a ese niño que le miraba con educación y respeto cómo le había visto crecer, porque el puesto de castañas estaba antes justo enfrente de su casa. Cómo llegaba con su madre en el carro o de la mano con sus abuelos, hasta que ya él mismo era el que se acercaba con una moneda para que le diese un cartucho de castañas. Como hacía hoy, mientras aguardaba en la cola pacientemente a que las castañas cogieran temperatura sobre el anafre para que pudieran degustarlas.
Cuando ya su nieta le dio el cartucho de castañas y le cobró, mientras seguía pendiente de las que tenía al fuego, finalmente para despedirse de aquel niño le dijo “una cosa te voy a pedir, que trates siempre con respeto y educación a tus mayores, que seas un hombre de bien y de provecho, para que yo también me sienta orgulloso de ti”. El niño, con ojos llorosos por la emoción con el cariño que el abuelo castañero le había recordado momentos de su infancia, tomó su cartucho de castañas y le dio un beso.

Fui testigo de este momento porque ese niño era mi sobrino; lo que no sabía es que algún día lo dejaría plasmado por escrito.

Rafael dice que sigue con el puesto de castañas ya por tradición, por costumbre, porque son muchos años atendiendo a su clientela. Muchos días es su hijo quien le monta el puesto para poder estar por las tardes atendiendo sus anafres. Algunas veces son sus nietas quienes se hacen cargo de la venta. Puede que esta sea la última temporada de Rafael, sus huesos a sus 80 años ya le piden un descanso. Pero la tradición también seguirá en su familia tomando el testigo su hijo.




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