A menudo suelo decir que la Demoscopia tiene los días contados si no se pone al día y actualiza su forma de obtener de datos y, sobre todo, si no deja a un lado su afición por la “gastronomía”. Yo suelo fiarme más de otros sistemas indirectos, y a riesgo de que me llamen loco (no serían los primeros ni primeras), me lo juego casi todo a la carta de la PUBLICIDAD que tenemos delante de las narices en los canales generalistas de nuestro aparato de televisión (“Spots-copia” si me lo aceptan, usando un horrible neologismo). Los anuncios, sí, los anuncios de la tele, vaya… Luego entenderán por qué lo digo.
El caso es que con el suelo chorreando y la fregona en ristre, es decir, con todo “lo que está cayendo” (¿no están ya un poco cansados de esta expresión? Yo sí…), vuelve de nuevo a la palestra el debate sobre la edad de derecho al voto: de los 18 hasta los 16 años. Y es algo que, precisamente, precisamente AHORA sale de nuevo a la luz (ya algunas formaciones, como IU, lo incluyeron en su programa político en las generales de 2011, aunque fue un tema que circuló sin pena ni gloria por las autovías de la actualidad generalista).
Sólo en ocho países del mundo es posible votar a esta edad, y sólo uno es europeo (Austria). Al menos en otros cinco se está evaluando la medida (la mayoría del sur de América). 
¿Por qué sí? ¿Por qué no? Entre los argumentos a favor y en contra de esta rebaja de la edad para ejercer el DERECHO por antonomasia, podemos citar cuatro en un sentido y otros tantos en el otro: Por un lado, los partidarios del voto más joven argumentan que, si los chicos y chicas pueden tener abiertas las puertas del mercado laboral a los 16 (y, por tanto, también contribuyen con sus impuestos al sostenimiento del sistema), también deben ser tenidas en cuenta sus opiniones en las urnas; también se opina que el interés por la actualidad política ganaría enteros en este segmento de población… Luego está la perspectiva joven de la realidad, y es que no falta quien opina que el sistema  político rejuvenecería y ampliaría horizontes. Y, por último pero no menos importante, el hecho de que los partidos políticos estarían obligados a “ponerse las pilas” al tener que contar con el voto de los y las adolescentes.
En el otro lado, quienes se niegan en rotundo argumentando que en esas edades se carece de conocimiento político, por inexperiencia básicamente… quienes opinan que los y las adolescentes son demasiado vulnerables e influenciables por aspectos superficiales o “estéticos”, primando la forma sobre el fondo; los que piensan que el joven, la joven, tiene una conciencia del riesgo (y de las consecuencias a largo plazo de lo votado) muy disminuida. Y finalmente, quienes sencillamente dicen que el interés en esta franja de edad es NULO, lo cual de todos modos desembocaría en una abstención fuera de toda duda.
Pero… ¿quién gana con todo esto? Parece fácil pensar que, en mayor medida, los partidos del espectro de la IZQUIERDA. Y parece que acertaríamos rotundamente: en las encuestas del CIS sobre intención de voto en las semanas previas a las elecciones del pasado 20-D, partidos como PODEMOS o PSOE arrasaban en la franja hasta los 24 años, mientras que en la franja de más de 55 años, el ascenso en la gráfica para el PP era espectacular. Se puede concluir pues que, aunque la edad no es un factor fiable al 100%, y especialmente en España (el tirón de las “Juventudes” de algunos partidos “tradicionales” es innegable), sí que es cierto que el voto adolescente puede decantarse mucho más hacia las formaciones “nuevas” y de raíz mucho más progresista. 
Puesto que este apartado es de “OPINIÓN”, ahora y como remate me correspondería a mí, e intentando no ser tendencioso, poner la mía propia de relieve… Miren, qué quieren que les diga: como padre de un futuro adolescente que ahora no podría votar más que para elegir al delegado de la guardería, y como devorador y analista “amateur” de publicidad (esto ya lo avisé al principio), justo cuando estaba formándome esa opinión la semana pasada me topé con el anuncio de la lotería para el sorteo del Día de la Madre. Uno de ellos. Sí, ese de la madre que, justo al llegar a casa (presupongo que “jartica de tó” y a las tantas), recibe la llamada de su hija de aproximadamente 16 o 17 años pidiéndole que vaya a por ella porque se le ha pasado la hora y ha cerrado el metro… Vale, hasta aquí todo normal. Y desde aquí lo que me deja a cuadros: la sonrisa forzada pero resignada de mamá, mintiendo descaradamente y diciendo que sí, que vale, y que justo estaba pasando cerca con el coche y que, claro hija, que no le importa, faltaría más… 
Díganme los más expertos, porque yo soy novato en esto de la crianza… ¿Hay algo de malo en que tu hijo/a adolescente sea consciente de que te supone un cierto esfuerzo satisfacer o cubrir sus necesidades? ¿Se les crea algún tipo de trauma irrecuperable o de herida emocional permanente? Porque claro que vas a coger el coche y vas a ir a por ella, no la vas a dejar a las tantas en la calle, mujer… Pero que tú ya estabas en casa, y que has tenido que volver a salir, y que no pasa nada por hacerlo saber, y así igual en otro momento hay alguien que tiene más cuidado con la hora. No sé si me explico…
La publicidad tiene esa “magia”: el vender esto como lo “normal”, como la norma, como lo que, tal vez, deba ser (he dicho “magia”, no que no pueda ser “negra”…). Así que concluyo que lo más justo no es preguntarse por la edad a la que estos chicos y chicas puedan votar, sino preocuparnos de que estos muchachos y muchachas puedan votar en una sociedad que les trate como lo que son: jóvenes (no idiotas sobreprotegidos); jóvenes (no esclavos productivos, y eso en el mejor de los casos, si es que encuentran un contrato o no se largan para no volver); jóvenes… como tú y yo hemos sido, que a veces parece que se nos olvida, ¿verdad?.



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